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el conocimiento cambia cada vez más rápidamente. La única manera de mantenernos vigentes en nuestra vida cotidiana y en el mercado laboral -aun trabajando para la misma empresa e, incluso, en un mismo cargo- es mediante la formación continua durante toda la vida
Parece exagerado afirmar que el conocimiento, al igual que la leche y muchos otros alimentos, tiene fecha de caducidad. Sin embargo, es tan real que incluso en algunos países del mundo se está discutiendo acerca de si los títulos profesionales deben tener un período limitado de vigencia, y si se debe obligar a los profesionales a demostrar periódicamente la actualidad de sus conocimientos como requisito para refrendar su permiso para ejercer.
Los avances científicos y tecnológicos de la humanidad han venido aumentando en velocidad, cantidad e impacto a medida que pasa el tiempo.
Hoy en día, muchas de las «verdades» que aprendimos en el colegio, incluso en la universidad, ya no son ciertas. De la misma manera nuestros hábitos, nuestro entorno y los instrumentos que usamos cotidianamente han cambiado sustancialmente en menos de una década. Veamos sólo unos pocos ejemplos, de los muchos que hay, del conocimiento modificado recientemente.
Recuerdo que en el colegio nos enseñaron que el mineral más duro que existe es el diamante (lo mismo se enseñaba a los estudiantes universitarios de carreras como Geología e Ingeniería). Sin embargo, en los últimos cinco años los científicos han venido investigando dos materiales más duros que el diamante. Estos son el nitruro bórico de wurtzita y la lonsdaleíta.
El primero de ellos, con una estructura similar al diamante pero formado por átomos diferentes, resiste una tensión de un 18% superior al diamante; mientras que el segundo, compuesto por átomos de carbono (como el diamante, pero organizados de forma diferente), resiste una tensión superior en un 58%. Aparte de estos, los científicos han creado otros dos materiales de durezas superiores y con características especiales de flexibilidad y conductividad: el grafeno y el carbino.
No sería extraño que incluso, el día que Usted lee este post, ya existan otros materiales aún más duros que los mencionados.
Hasta hace pocos años, los escolares (y los estudiantes de carreras afines con la astronomía) aprendían que nuestro sistema solar estaba conformado por el Sol y nueve planetas orbitando a su alrededor. Recuerdo varios dibujos que tuve que hacer. Así fue, hasta el descubrimiento reciente de un objeto celeste orbitando alrededor del Sol, localizado más allá de Plutón y un poco más grande que aquel, y con una luna propia. Inicialmente fue bautizado con el nombre de Eris y considerado el «décimo planeta».
Luego, tras diversas discusiones los astrónomos decidieron crear una nueva categoría para objetos como Eris y el mismo Plutón, denominada «Planetas enanos». A partir de esto, nuestro Sistema Solar cuenta con ocho planetas, en su orden: Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno, y con cinco «planetas enanos», en su orden: Ceres, Plutón, Haumea, Makemake y Eris.
Hasta hace muy pocos años, también nos enseñaron que teníamos cinco sentidos, a saber: la vista, el olfato, el tacto, el oído y el gusto (o sabor). De hecho usamos la expresión "con los cinco sentidos" para indicar que debemos hacer algo con toda nuestra atención.
Sin embargo, los científicos reconocen hoy en día que tenemos muchos más sentidos. Si bien, no hay un consenso sobre el número exacto de los sentidos que poseemos, sí hay varios sobre los que existe unanimidad de criterio. Para no extenderme en esto, solo mencionaré unos cuantos: la termocepción (la percepción del calor o del frío), la equilibriocepción (o sentido del equilibrio), la nocicepción (percepción del dolor), etc.
Aparte de los drásticos cambios en el conocimiento humano, muchos objetos de nuestro entorno actual no existían hace una década, o por lo menos no con la forma, el tamaño y las características actuales.
Algunos ejemplos de estos nuevos elementos que hoy hacen parte de nuestra cotidianidad y sin los cuales nos es difícil vivir son: los dispositivos táctiles, la conectividad 3G y 4G (y ya muy pronto la 5G), las videollamadas desde dispositivos móviles, las Redes Sociales, la televisión digital en alta definición, las transacciones monetarias usando el teléfono móvil, etc.
Todos ellos, para su desarrollo y uso, requieren nuevo conocimiento y nuevas habilidades que no se tenían hace pocos años; por tanto, nuestra formación básica y universitaria no las contemplaba.
De forma análoga, quienes estudian hoy una carrera profesional van a tener que enfrentarse a problemas que aún no existen, para los que usarán herramientas que aún no han sido inventadas y basados en conocimiento que, quizás, aún no tenemos.
Nuestra actividad cotidiana se ha visto modificada gracias a los nuevos desarrollos tecnológicos y seguirá transformándose significativamente, obligándonos a cambiar nuestros hábitos y las maneras de realizar diversas actividades tales como comprar, controlar nuestra salud, alimentarnos, divertirnos, comunicarnos, etc.
En consecuencia, el conocimiento cambia cada vez más rápidamente. La única manera de mantenernos vigentes en nuestra vida cotidiana y en el mercado laboral -aun trabajando para la misma empresa e, incluso, en un mismo cargo- es mediante la formación continua durante toda la vida.
Formación a la que podemos acceder hoy usando Internet y mucha de la cual la ofrece y valida personas comunes y corrientes (expertos y profesionales) y no necesariamente por instituciones educativas cuyos planes curriculares se actualizan a un ritmo muy lento (con respecto a la velocidad de avance del conocimiento).
Así pues, el conocimiento, que tanto trabajo nos cuesta adquirir, va perdiendo vigencia y utilidad. De allí la importancia de actualizarse y la ventaja competitiva (y el placer) que genera para quienes aceptan el desafío. Utilizar conocimiento obsoleto (léase vencido) para nuestra actividad habitual puede ser tan dañino y peligroso como consumir un alimento después de su fecha de vencimiento.
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