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Quizás unas pocas universidades se atrevan, pese a la normatividad vigente, a transformarse radicalmente, proponiendo nuevos modos de formación en los que queden atrás las tradicionales carreras universitarias, los periodos académicos definidos, los currículos centrados en cursos de temáticas aisladas, los procesos educativos masificados y la enseñanza medida en unidades de tiempo (los conocidos y poco afortunados créditos académicos).
Como respuesta a los retos que están enfrentando las universidades dentro del contexto de la Cuarta Revolución Industrial, que he analizado en entradas anteriores en este blog, ahora quiero considerar tres posibles maneras de abordar la situación actual.
La primera opción, la que parece preferir la mayoría de las instituciones de educación superior, es la de aferrarse a la larga tradición de la institucionalidad y al reconocimiento que la sociedad ha dado y sigue dando a las universidades y a los títulos que otorgan.
De manera similar a lo que ha ocurrido en otros ámbitos, en los que la innovación disruptiva ha dado origen a nuevos modelos de prestación de diversos servicios (hablo de casos como Uber, airbnb, Spotify, etc.) muchas universidades se resistirán, apoyándose en su reconocimiento gubernamental y legal, a cualquier nueva propuesta que compita directa o indirectamente con su hegemonía.
Esto no difiere mucho de lo que han intentado hacer las cadenas hoteleras, los gremios de transporte, los productores y distribuidores de la música, etc. Y creo que solo logrará aplazar el avance de nuevos modelos de educación, y nuevos actores educativos, pero no podrá detenerlos.
Una segunda opción que tienen las universidades, menos conservadora que la primera pero, igualmente tímida y de bajo impacto, consiste en ir explorando nuevos modelos de enseñanza y, con ellos, nuevos modelos de negocio al tiempo que van probando la incorporación de nuevas herramientas tecnológicas para apoyar la gestión administrativa y los procesos educativos.
De esta manera, quizás se corren menos riesgos mientras se avanza en el proceso de asimilación de nuevas herramientas y se realizan innovaciones de manera más controlada.
Quizás unas pocas universidades se atrevan, pese a la normatividad vigente, a transformarse radicalmente, proponiendo nuevos modos de formación en los que queden atrás las tradicionales carreras universitarias, los periodos académicos definidos, los currículos centrados en cursos de temáticas aisladas, los procesos educativos masificados y la enseñanza medida en unidades de tiempo (los conocidos y poco afortunados créditos académicos).
Estas pocas son las que tendrán más posibilidades de sobrevivir y permanecer en el tiempo. Apoyadas en su reconocimiento social e institucional pero apalancadas en sus innovaciones, podrán competir con los nuevos actores del mercado educativo: plataformas tecnológicas avanzadas, capaces de responder a las necesidades actuales del mercado laboral y de la sociedad, sin las pesadas cargas de las instituciones educativas tradicionales (metodológicas, culturales, económicas, administrativas, etc.) y con modelos disruptivos en el ámbito de la formación.
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